La gestión excelente y la responsabilidad social corporativa confluían en un mismo objetivo: la sostenibilidad de la organización, entendida como su supervivencia en el tiempo. Bien es verdad, que la responsabilidad social corporativa bien entendida amplía su foco de actuación para procurar la sostenibilidad del ecosistema en el que desarrolla su actividad: medio ambiente y entorno social, en particular. Y que la excelencia en gestión se basa en herramientas de diagnóstico incluyendo algunos aspectos, como la medida de la percepción de los grupos de interés, que exceden los marcos habituales de la RSC. El lanzamiento a finales de octubre del año pasado, del modelo EFQM 2020 abre una nueva perspectiva, a mi entender, del concepto “sostenibilidad”.
El nuevo modelo EFQM 2020 ya no es un Modelo de Excelencia en la gestión. O no sólo de excelencia, entendida como hasta ahora. Se hace hincapié en que es un marco de gestión para guiar a las organizaciones en su transformación. Y esta es la palabra clave, junto con una serie de conceptos que, desde luego, tienen que tomarse en consideración para favorecer (porque nada se puede asegurar hoy en día) su sostenibilidad. En concreto:
- Comprender el ecosistema: no sólo controlar su impacto en el ecosistema y en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, sino también las interrelaciones entre el entorno global (megatendencias) y su mercado / ámbito de actuación y de éste con sus grupos de interés.
- Coherencia con el propósito: todo el modelo EFQM 2020 gira alrededor del ‘‘propósito’’ de la organización (por qué y para qué existe la organización), que debe servir de base para gestionarla de forma coherente y consecuente. Todos los enfoques, procesos, proyectos, planes, estructuras, relaciones, etc. deben desplegar el ‘‘propósito’’ y evidenciar su contribución al mismo. Aquí el nuevo modelo incorpora conceptos que ya se asumían desde la RSC.
- Cultura de la organización y liderazgo: el concepto clásico de ‘‘liderazgo jerárquico’’ evoluciona hacia el ‘‘liderazgo organizativo’’, más participativo, en el que todas las personas contribuyen, independientemente de su posición en el organigrama, al propósito de la organización. Esta, a su vez, actúa y es reconocida como líder en su ecosistema.
- Implicación de los grupos de interés: para que contribuyan efectivamente a la consecución de los ODS, sí, pero también en el co-desarrollo del valor que genera la organización.
- Creación de valor sostenible: el producto, servicio o solución creado ha de ser sostenible. Aquí entra de lleno la RSC. Pero previamente hay que crearlo, es decir, hay que diseñar, comunicar, vender, elaborar y entregar “valor”, así como implantar una experiencia global de “algo que me diferencie de lo que hacen los demás”. Si no, tarde o temprano la organización dejará de ser sostenible porque dejará de existir. En la mayoría de las organizaciones, la RSC no entra en la cadena de valor y se queda en el reporte de los resultados, en la utilización de los recursos y, en el mejor de los casos, en el enfoque estratégico.
- Aprovechar la tecnología y la información: las organizaciones socialmente responsables tienen aquí un importante reto. La administración no legisla al mismo ritmo que lo hace el desarrollo de las tecnologías de la información. La toma de decisiones de negocio acertadas se basa, cada día más, en el conocimiento y la información generada a partir de datos, que se han de obtener de forma ética, sin aprovechar los vacíos legales pendientes de solución.
- Resultados predecibles: en el entorno VICA (Volatil, Incierto, Complejo y Ambiguo) en el que las empresas tienen que desarrollar su actividad, esperar acontecimientos y dejarse llevar no es una opción. Las medidas predictivas se hacen, al menos, tan necesarias como los indicadores de resultado de negocio o los que se reportan de acuerdo con los referenciales de responsabilidad social (p.ej. el GRI o la Ley 11/2018).
Todos estos aspectos se tienen que tener en cuenta para transformar la organización con la agilidad suficiente para adaptarse a los cambios del entorno. En el contexto inédito de parón repentino provocado por la crisis del coronavirus, muchos sectores de actividad y empresas se verán obligados a transformarse, bien por cambios en el marco regulatorio, bien por cambios en el mercado o en las demandas de sus grupos de interés. Esta transformación, desde luego hoy más que nunca, sólo será sostenible si es socialmente responsable, es decir, si ofrece una contribución honesta y positiva a la sociedad, por encima de la marca o del interés particular.
David González Rodríguez, Projecta Consulting